30 octubre 2014

La joven del libro antiguo




Fue en agosto.

Pasaron un par de estaciones hasta que me fijé en ella.

No.

Tampoco fue así. 

Pasaron un par de estaciones hasta que me llamó la atención el libro que estaba devorando, bien asido con ambas manos, con las uñas blancas de apretar los dedos sobre la cubierta de tela. Era grande, voluminoso, y viejo, muy viejo. El amarillo de las páginas era anaranjado en el interior y marrón por los bordes. El lomo estaba tan desgastado que me fue imposible leer el título. 

Próxima estación: Retiro

Viejo pero eficaz. Ella estaba atrapada en la historia, leyendo a una velocidad mayor que el propio metro. Su postura no podía ser cómoda, con los pies formando una barrera, casi unido por las puntas, el bolso tirado entre las piernas, el tomo en volandas, el cuerpo encorvado y la cabeza tan agachada, al vaivén del movimiento del vagón y del ancho de los párrafos.

Próxima estación: Banco de España

Tras el cierre de puertas, comprobé que se resistía a cerrar el libro agotado. Había acabado la última página, volvía a la anterior, seguía por la última y agachaba aún más la cabeza. Repitió ese movimiento un par de veces hasta que cerró el tomo muy lentamente. El marcapáginas cayó al suelo mientras apretaba con fuerza el ejemplar sobre su pecho, con la barbilla apoyada en él, a punto de puchero. Bajo el flequillo asomaron dos lagrimones que no esquivaron las pecas. Era muy joven. 

Próxima estación: Sevilla

Aún hoy siento aquella misma presión en la boca del estómago. Dónde estaba ahora esa cabeza, por qué no dejaba de llorar, quién iba a querer arrebatarle ese viejo libro a una pobre niña. Quizá era una novela muy triste. Quizá no quería que el universo de ese libro acabara nunca. O que no terminara así. O quizá fue un regalo de alguien querido que ya no está. O tal vez… 

Próxima estación: Sol

La voz rotunda de la megafonía fulminó su letargo. El respingo le dio para dejar caer el libro dentro del bolso, echárselo al cuello y limpiarse la nariz con la manga. "Ay, me pasé", intuí que decía mientras se mordía el labio. Salió del tren como una exhalación y se perdió en el pasillo en un mar de gente mirando sus móviles. Perdí de vista, para siempre, a la joven que se pasaba de estación leyendo libros antiguos.

Fue en agosto.

Acabamos octubre y no la olvido.

Estoy como tú. Me pregunto qué leyó y por qué lloró. Me pregunto si su tristeza acabó cuando llegó al andén que buscaba. Me pregunto cuándo dejaré de montarme siempre en el mismo vagón, buscando otro libro antiguo con lomo indescifrable. 

Me pregunto por qué no recogí del suelo aquel marcapáginas.

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