Recuerdo que cuando me lo dijo por poco se me cae la cuchara en el salmorejo, con lo mal que salen esos salpicones. Se tomaba unos días libres para desconectar del trabajo, sobre todo. Se aislaba, literalmente, y ahora estará con los pies en remojo tan mediterráneamente rodeado de una pila de libros. Con los tiempos que corren, con la crisis que tenemos encima, con las vacaciones aún tan lejanas o inexistentes para muchos, me pareció un buen consejo y quería compartirlo.
En pocas palabras, estamos aborregados. Nos estamos moviendo lentamente, en grandes masas, y acabamos tildando de loco al que se sale del grupo. Ya que hablamos aquí del tiempo de ocio, vayamos al mejor ejemplo: la tele. De media, cada español ve cada noche una media de dos horas largas de televisión, sea lo que sea, a diario. Muchos, también, los fines de semana. Y eso que el poder de cambiar está en sus manos. Precisamente, en sus manos.
Fíjense en el mando a distancia que tengan más cerca. De todos los botones, suele haber uno que es el que más sobresale, el más resaltado, por tamaño o por color o por todo. No les miento si les digo que el que tengo encima de la mesa es de color rojo, como el punto que preside esta página web. Si se atreven, si tienen ocasión de grabar su programa favorito, esta noche pulsen ese botón rojo, apaguen la tele y cambien los planes. Salgan a cenar fuera, en la medida de sus posibilidades, aunque sea al bar de la esquina a tomar una caña y una tapa; jueguen más tiempo con sus hijos; abran un libro; naveguen más por internet probando suerte en
Google; dedíquenle más tiempo a su pareja, quién sabe cómo acabará la velada.
Somos 45 millones de españoles. Cada noche ven la tele menos de 20 millones, y bajando. Quiero pensar que detrás de ese círculo rojo inacabado vamos siendo mayoría. Sean valientes, no se conformen con la opción menos mala tras el zapping. Pulsen el botón. Algunos aparecen en una isla, completamente perdidos, pero con un final mejor.
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